908 Primeras Agresiones

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

575a Mal recibimiento en Tersa. 

14/11/23

El apóstol Simón Zelote ha dicho:

–              ¡Parecen víboras;

los mismos que hace no más de tres días se mostraban deferentes contigo!…

Le interrumpe Judas Tadeo:

–            Trabajo de judíos…

–            No creo.

No lo creo por las recriminaciones que nos lanzaban y por las amenazas.

Lo que creo es que…

Es más, estoy, estamos seguros de que la causa de la ira samaritana;

es que Jesús ha rechazado su proposición de protegerlo.

Gritaban: «¡Fuera! ¡Fuera!

¡Vosotros y vuestro Maestro!

Quiere ir a adorar al Moriah.

Pues que vaya y mueran Él y todos los suyos.

No hay sitio entre nosotros para los que nos tienen por amigos, sino sólo por siervos.

No queremos más problemas, si no hay ganancia a cambio.

Piedras, no pan, para el Galileo.

Embriscarle los perros, no ofrecerle las casas»

Decían esto y más.

Y al insistir para al menos, saber lo que había sido de Judas, cogieron piedras para lanzárnoslas.

Verdaderamente nos embriscaron a los perros.

Y gritaban unos a otros:

«Nos ponemos en todas las entradas. Si viene Él, nos vengaremos»

Nosotros hemos huido.

Una mujer, siempre hay alguien bueno incluso entre los malvados, nos metió en su huerto.

Y de allí nos llevó, por una vereda que va entre los huertos;

hasta la charca que ahora está sin agua porque han regado antes del sábado.

Y nos escondió allí.

Luego nos prometió que nos iba a dar noticias de Judas.

Pero ya no volvió.

Vamos a esperarla aquí…

De todas formas, porque dijo que si no nos encontraba en la charca vendría aquí.

Los comentarios son muchos:

Hay quien sigue acusando a los judíos.

Y quien manifiesta un leve reproche a Jesús, un reproche escondido en las palabras:

–               Has hablado demasiado claramente en Siquem y luego te has alejado.

En estos tres días, han decidido que es inútil hacerse falsas ilusiones.

Perjudicarse por alguien que no satisface sus anhelos…

Y te rechazan…

Jesús responde:

–                 No me arrepiento de haber dicho la verdad, ni de cumplir con mi deber.

Ahora no comprenden.

Dentro de poco comprenderán mi justicia.

Una justicia que supera a un amor no justo hacia ellos.

Y me venerarán más que si no la hubiera tenido.

Andrés dice:

–              ¡La mujer viene ya por el camino!

Tiene el valor de mostrarse a la vista…

Con aire de sospecha, Bartolomé cuestiona:

–                ¿No nos irá a traicionar…

No?

Otros exclaman:

–               ¡Viene sola!

–               Podría seguirla gente que estuviera escondida en la charca…

Pero la mujer, que viene con un cesto sobre la cabeza, prosigue.

Supera los campos de lino donde esperan Jesús y los apóstoles.

Luego toma un senderillo y desaparece de la vista…

Para aparecer de nuevo de improviso, a espaldas de los que esperan;

los cuales, al oír el roce de los tallos de lino, se vuelven, casi asustados.

La mujer habla a los ocho que conoce:

–                Perdonad si os he hecho esperar mucho…

No quería que me siguieran.

He dicho que iba donde mí madre…

Ya sé…

Aquí traigo comida para vosotros.

¿El Maestro…

Quién es?

Quisiera venerarlo.

Los apóstoles lo señalan:

–            Ese es el Maestro.

La mujer, que ha dejado su cesto, se postra.

Y dice:

–              Perdona el pecado de mis convecinos.

Sí no los hubieran incitado…

Pero muchos han trabajado aprovechando tu negativa…

Jesús dice:

–              No tengo rencor, mujer.

Levántate y habla.

¿Sabes algo de mi apóstol y de la mujer que estaba con él?

–              Sí.

Los han expulsado como a perros.

Así que están fuera de la ciudad, en el otro lado, esperando que llegue la noche.

Querían volver atrás, hacia Enón, para buscarte.

Querían venir aquí, porque sabían que estaban sus compañeros.

He dicho que no;

que no lo hicieran, que se estuvieran quietos, que yo os llevaría donde ellos.

Y lo haré en cuanto acabe el crepúsculo.

Afortunadamente mi marido está ausente y tengo libertad para dejar la casa.

Os voy a llevar donde una hermana mía que está casada y vive en la llanura.

Dormiréis allí.

No os identifiquéis.

No por Merod, sino por los hombres que están con ella.

No son samaritanos, son de la Decápolis establecidos aquí.

Pero, en todo caso, conviene…

–            Dios te lo pague.

¿Los dos discípulos han sido heridos?

–            Un poco el hombre.

La mujer nada.

Sin duda, la protegió el Altísimo;

porque ella, con arrojo, escudó a su hijo con su cuerpo;

cuando los de la ciudad echaron mano a las piedras.

¡Qué mujer más fuerte!

Gritaba:

«¡Así atacáis a uno que no os ha ofendido?

¿Y no me respetáis a mí, que lo defiendo y que soy madre?

¿No tenéis madre todos vosotros, que no respetáis a quien os ha engendrado?

¿Habéis nacido de una loba u os habéis hecho de lodo y estiércol?»

Y miraba a los agresores mientras tenía abierto el manto para defender al hombre…

Mientras tanto retrocedía, sacándolo de la ciudad…

Y ahora también infunde ánimos, diciendo:

«¡Quiera el Altísimo, oh Judas mío;

hacer de esta sangre tuya derramada por el Maestro bálsamo para tu corazón!»

Pero es una herida pequeña.

Quizás el hombre está más asustado que dolorido.

Pero…

Tomad y comed.

Aquí hay leche ordeñada hace poco, para las mujeres.

Hay pan con queso y fruta.

No he podido traer carne.

Habría tardado demasiado.

Y aquí hay vino, para los hombres.

Comed mientras se pone la tarde.

Luego iremos por caminos seguros donde están los dos.

Después iremos donde Merod.

–               De nuevo: que Dios te lo pague – dice Jesús.

Y ofrece y distribuye comida, dejando a un lado una parte para los dos ausentes.

La mujer objeta:

–              No, no.

Ya he pensado en ellos.

Les he llevado huevos y pan, escondido en el vestido.

Con un poco de vino y aceite para las heridas.

Esto es para vosotros.

Comed, que yo vigilo el camino…

Comen.

Pero la indignación devora a los hombres y el abatimiento quita el apetito a las mujeres.

A todas menos a María de Mágdala, para la cual, lo que en las otras produce miedo o abatimiento;

en ella siempre produce el efecto de un licor que estimula los nervios y el coraje.

Sus ojos centellean contra la ciudad hostil.

Sólo la presencia de Jesús, que ya ha dicho que no tiene rencor;

refrena su ímpetu de pronunciar palabras violentas.

Y no pudiendo hablar ni actuar, descarga su ira contra el inocente pan;

al que le hinca los dientes de una forma tan significativa…

Que el Zelote sonriendo, no puede contenerse de decirle:

–              ¡Suerte tienen esos de Tersa de que no puedan caer en tus manos!

¡Pareces una fiera encadenada, María!

907 Flagrante Rechazo

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

575 Mal recibimiento en Tersa. 

13/11/23

Tersa está tan rodeada de exuberantes olivares;

que se ha de estar muy cerca de ella para percatarse de que la ciudad está ahí.

Una franja de ubérrimos huertos recinta, como última mampara, las casas.

En ellos, achicorias y otras verduras, legumbres, cucurbitáceas nuevas, árboles frutales;

pérgolas funden y combinan sus distintos verdes y sus flores prometedoras de frutos.

y sus frutos nacientes prometedores de delicias.

La pequeña flor de la vid y la de los olivos más precoces rocían con su nieve blanco-verde el suelo,

al paso de un vientecillo más bien enérgico.

De detrás de una mampara de cañas y sauces,

que han crecido junto a una charca, sin agua pero húmeda todavía en el fondo.

Y al oír el rumor de pasos de personas que llegan,

aparecen los ocho apóstoles a los que antes se indicó que se adelantaran.

Están visiblemente inquietos y afligidos.

Mientras hacen señas a los que llegan que se paren, se acercan a ellos sin demora.

Cuando ya están lo suficientemente cerca como para poder ser oídos sin necesidad de gritar;

dicen:

–               ¡Atrás!…

¡Atrás!

A los campos.

No se puede entrar en la ciudad.

Por poco nos apedrean.

Venid, vamos afuera.

A aquella espesura.

Allí hablaremos…

Impacientes por alejarse sin ser vistos, apremian, a Jesús;

a los tres apóstoles, al muchacho, a las mujeres;

para que vuelvan hacia abajo por la charca seca…

Y dicen:

–                Que no nos vean aquí.

¡Vamos!…

¡Vamos!

Inútilmente Jesús, Judas y los dos hijos de Zebedeo,

tratan de saber lo que ha sucedido;

inútilmente dicen:

–                 ¿Pero Judas de Simón?

¿Y Elisa?

Los ocho se muestran inflexibles.

Caminando entre la maraña de tallos y plantas acuáticas;

sufriendo en los pies cortes de juncáceas;

o en la cara el choque de los sauces y las cañas;

resbalando en el barrillo del fondo, agarrándose a las plantas;

buscando apoyo en las márgenes.

Llenándose de barro se alejan, apremiados por detrás por los ocho,

que caminan casi con la cabeza vuelta hacia atrás,

para ver si de Tersa sale alguien siguiéndolos.

Pero en el camino sólo está el sol, que empieza ya a ponerse.

Y un flaco perro errante.

Por fin han llegado a una espesura de zarzas que delimitan una propiedad.

Detrás de esta espesura;

un campo de lino cimbrea bajo el viento sus altos tallos;

que ya se coloran de azul con las primeras flores.

Secándose el sudor, Pedro dice:

–              Aquí, aquí dentro.

Si estamos sentados, nadie nos verá.

Y cuando haya anochecido nos marchamos…

Judas de Alfeo pregunta:

–               ¿A dónde?

Tenemos a las mujeres.

Jesús responde:

–               A algún lugar iremos.

Incluso…

Los campos están llenos de heno segado, que también sirve de lecho.

Para las mujeres hacemos tiendas con nuestros mantos.

Y nosotros…

Estaremos vigilantes.

Bartolomé todavía jadeante, responde:

–                Sí.

Es suficiente con no ser vistos y al amanecer bajar al Jordán.

Tenías razón, Maestro, al no querer el camino de Samaria.

¡Mejor los bandidos, para nosotros que somos pobres…

Que no los samaritanos!…

Tadeo agrega:

–            Pero bueno…

¿Qué ha pasado?

Ha sido Judas, que habrá hecho alguna…

Le interrumpe Tomás:

–             Judas está claro que ha recibido una buena parte.

Lo siento por Elisa…

–              ¿Has visto a Judas?

–               Yo no.

Pero es fácil ser profeta.

Si se ha declarado apóstol tuyo, está claro que le han pegado.

Todos los apóstoles dicen al mismo tiempo:

–            Maestro, te rechazan allí.

–             Sí…

Todos están enemistados contra Tí.

–             Son verdaderos samaritanos.

Hablan todos a la vez.

Jesús impone silencio a todos.

Y dice:

–              Que hable uno solo.

Tú, Simón Zelote, que eres el más sereno.

El apóstol aludido, habla:

–                Señor, en pocas palabras te lo puedo decir.

Entramos en la ciudad y nadie nos molestó hasta que supieron quiénes éramos…

Mientras pensaron que éramos peregrinos que íbamos de paso.

Pero cuando preguntamos…

¡Debíamos hacerlo!

Si un hombre joven, alto, moreno, vestido de rojo y con un taled de rayas rojas y blancas.

Y una mujer anciana, delgada, de pelo más blanco que negro y una túnica gris muy oscura;

habían entrado en la ciudad.

Y habían buscado al Maestro galileo y a sus compañeros;

entonces, enseguida, se inquietaron…

Quizás no hubiéramos debido hablar de Tí.

Sin duda, nos hemos equivocado…

Pero, en los otros lugares nos recibieron siempre tan bien, que…

¡No se comprende qué es lo que ha sucedido!…

¡Parecen víboras;

los mismos que hace no más de tres días se mostraban deferentes contigo!…

906 El Corderito de Dios

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

574b Hacia el Valle del Jordán

10/11/23

Enón queda atrás.

Bajan hacia el Jordán, hacia la llanura del valle del Jordán,

hacia nuevos acontecimientos, desconocidos todavía…

Pero el niño no se vuelve para mirar.

No hace comentarios.

No piensa.

No suspira.

Sonríe.

Mira a Jesús, allá, delante de todos, verdadero Pastor seguido por su rebaño.

Por ese rebaño del que ahora él, el pobre muchacho, también forma parte…

Y de improviso canta, a voz en grito…

Sonríen los apóstoles diciendo:

–               El muchacho se siente feliz.

Sonríen las mujeres diciendo:

–              El ave prisionera ha vuelto a encontrar libertad y nido.

Sonríe Jesús volviéndose para mirarlo.

Y su sonrisa, como siempre, parece hacer todo más luminoso…

Lo llama diciendo:

–              Ven aquí, corderito de Dios.

Quiero enseñarte una bella canción.

Y entona, seguido por los otros, el salmo:

«El Señor es mi Pastor.

Nada me faltará.

Me ha puesto en un lugar de abundantes pastos» etc. (salmo 22 que en la Neovulgata es el 23)

La hermosísima voz de tenor de Jesús se extiende por la campiña feraz.

Una voz tan potente por su carga de alegría;

que resalta sobre las otras, incluso sobre las mejores.

María de Alfeo dice:

–                Se siente feliz tu Hijo, María.

La Virgen le responde:

–               Sí, se siente feliz.

Todavía le queda algo de alegría…

María de Mágdala pregunta:

–               Ningún viaje es infructífero.

Jesús pasa derramando gracias.

Siempre hay alguno que verdaderamente encuentra al Salvador.

¿Recuerdas aquel atardecer en Belén de Galilea?

–               Sí.

Pero no quisiera recordar a aquellos leprosos, ni a este ciego…

María Salomé observa:

–              Tú perdonarías siempre.

¡Eres muy buena!

Pero también es necesaria la justicia.

Magdalena interviene:

–              Es necesaria.

Pero buena cosa es para nosotros que sea mayor la misericordia.

Juana de Cusa:

–              Tú puedes decir eso, pero María…

Susana:

–              María no quiere otra cosa sino perdón…

Aunque Ella no lo necesita.

¿No es verdad, María?

La Virgen dice:

–              No quisiera otra cosa sino perdón.

Sí, sólo perdón.

Ya el hecho de ser malo debe ser un terrible sufrimiento… – y suspira al decirlo.

Martha interviene:

–                ¿Tú perdonarías a todos?

¿Sin excepción alguna?

Y…

¿Sería justo hacerlo?

Hay quien se obstina en el mal y echa a perder todo género de perdón,

burlándose de él por tacharlo de debilidad.

María Stma.  responde:

–            Yo perdonaría.

Por mí perdonaría.

No por necedad;

sino porque a todas las almas las veo como a un niño más o menos bueno;

como a un hijo…

Una madre siempre perdona…

Aunque diga:

«La justicia requiere un justo castigo»

Si una madre pudiera morir por engendrar un corazón nuevo, bueno;

para el hijo malo…

¿Vosotras creéis que no lo haría?

Pero no se puede.

Hay corazones que rechazan toda ayuda…

Y yo pienso que incluso a ésos, la piedad ha de concederles perdón.

Porque ya grande es el peso que tienen en su corazón:

El de sus culpas, el del Rigor de Dios…

¡Oh, perdonemos, perdonemos a los culpables!…

¡Ahh!…

Si quisiera Dios acoger nuestro absoluto perdón,

para disminuir la deuda de los culpables!…

En tono de queja, María de Alfeo dice:

–            ¿Pero por qué lloras siempre, María;

incluso ahora que tu Hijo ha tenido un momento de alegría?

–             No ha sido alegría completa;

porque el culpable no se ha arrepentido…

La alegría de Jesús es completa cuando puede redimir.

Nique, que ha estado siempre callada…

De improviso dice:

–             Dentro de poco estaremos de nuevo con Judas de Keriot.

Las mujeres se miran…

Como si esta sencilla frase, fuera una cosa extraordinaria:

como si detrás de ella se escondiera…

Algo grande muy grande.

Pero ninguna dice nada.

Jesús se ha detenido en un olivar hermosísimo.

Se detienen todos.

Jesús bendice, parte el alimento…

Y lo reparte.

Benjamín mira todo lo que le han dado y pone orden en ello:

Túnicas demasiado largas o demasiado anchas, sandalias no adecuadas para su pie;

almendras todavía con su cáscara verde, las últimas nueces, un quesito, algunas manzanas rugosas;

un cuchillito.

Está contento con sus tesoros.

Ofrece lo de comer.

Las prendas de vestir las dobla y dice:

–              Me pondré la más bonita para Pascua.

María de Alfeo promete:

–              En Bethania te la arreglaré perfectamente.

De momento deja ésta fuera.

En Tersa la mojaré y más adelante habrá hilo para componerla.

Respecto a las sandalias…

No sé qué solución encontrar.

Magdalena dice:

–              Se darán éstas al primer pobre que encontremos…

Y que tenga un pie tan grande.

Se te comprará un par nuevo en Tersa.

Martha pregunta:

–               ¿Con qué dinero, hermana?

–               ¡Ah, es verdad!

No tenemos ya ni un céntimo…

Pero Judas tiene dinero…

Así Benjamín no puede recorrer mucho camino;

¡Con estas sandalias tan deterioradas!

Y además, ¡Pobre niño!

Su alma ha recibido la gran alegría, pero también su humanidad debe recibir una sonrisa…

Ciertas cosas agradan.

Susana, joven y alegre, ríe diciendo:

–              ¡Hablas como si supieras por experiencia;

que un par de sandalias nuevas constituyen la alegría de uno que no las haya tenido nunca!

–             Es verdad.

Pero es porque en realidad sé lo que puede agradar un vestido seco cuando estamos mojados.

Y uno fresco cuando sólo se tiene uno.

Yo lo recuerdo…

Reclinando la cabeza en el hombro de María Santísima, dice:

–              ¿Te acuerdas, Madre? – y la besa con ternura.

Jesús da la orden de reanudar la marcha, para estar en Tersa antes del anochecer:

–             Estarán preocupados aquellos dos, que no saben…

Santiago de Alfeo propone:

–              ¿Quieres que nos adelantemos y les digamos que estás llegando?

–               Sí.

Id todos menos Juan, Santiago y mi hermano Judas.

Tersa no está lejos…

Id, pues.

Preguntad por Judas y Elisa.

Entretanto id preparando los lugares para nosotros, porque;

habiendo tardado tanto y trayendo con nosotros a las mujeres;

conviene que nos quedemos por la noche…

Nosotros, entretanto, os seguiremos.

Esperad junto a las primeras casas…

Los ocho apóstoles se marchan raudos,

Jesús, más lentamente, los sigue.

905 ¡Ten Cuidado con lo que Pides!

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

574a En Enón

09/11/23

En el bosque, el hombre fornido como un luchador, se enfrenta a Jesús:

–               Tu enviado se habrá bebido el dinero.

No he recibido nada.

Y me quedo con Benjamín.

Lo aprecio.

Jesús le dice con severidad:

–              No.

Lo odias.

Tu amor está en el salario que no le das.

No mientas.

Dios castiga a los que mienten.

–              Yo no he recibido dinero.

Si has hablado con mi siervo, has de saber que es un astuto embustero.

Y voy a pegarle por calumniarme.

¡Adiós!

Le da la espalda y hace ademán de marcharse.

Jesús le advierte:

–              Ten cuidado, Alejandro, que Dios está presente.

No desafíes su bondad.

El hombre se vuelve con arrogancia, diciendo:

–               ¡Dios!

¿Dios tiene que tutelar mis intereses, acaso?

Yo soy el único que los debe tutelar…

¡Y los tutelo!

–            ¡Cuidado!

–            ¿Pero quién eres, miserable galileo?

¿Cómo te atreves a echarme algo en cara?

No te conozco.

–            Me conoces.

Soy el Rabí de Galilea y…

–             ¡Ahh!

¡Sí!

Y crees que me das miedo.

Yo no temo ni a Dios ni a Belcebú.

¿Y pretendes que te tema a ti, un loco?

¡Vete, vete!

Déjame trabajar.

Te he dicho que te marches.

No me mires.

¿Crees que tus ojos me pueden meter miedo?

¿Qué quieres ver?

–                Tus delitos no, porque los conozco todos.

Todos.

Incluso los que ninguno conoce.

Lo que quiero es ver, si no comprendes siquiera que ésta es la última hora de misericordia,

que Dios te da para arrepentirte.

Quiero ver si el remordimiento no surge y te abre ese corazón de piedra;

si…

Alejandro, que tiene en la mano el hacha, la lanza contra Jesús;

que rápido se inclina.

El hacha describe un arco por encima de su cabeza y se clava en una tierna encina,

que queda cortada de un tajo y cae acompañada de fuerte ruido de vegetación…

Y un batir de alas de pájaros asustados.

Los tres que están escondidos cerca salen al improviso, gritando;

temiendo que también Jesús haya sido alcanzado por el hacha.

El que no ve grita:

–              ¡Oh, quisiera ver!

¡Ver si realmente no ha sido herido!

¡La vista sólo para esto, Dios Eterno!

Y, sordo a todas las afirmaciones los otros;

avanza, dando tumbos porque ha perdido el bastón.

Quiere tocar a Jesús para sentir si no sangra por alguna parte del cuerpo…

Y gime:

–               Un rayo de luz clara… -y llora.

Y luego las tinieblas.

Pero ver;

ver, sin esta neblina que apenas me concede adivinar los obstáculos…

Jesús lo consuela tocándolo y dejándose tocar.

Diciendo:

–              No tengo nada, padre.

Tócame…

Los otros dos empiezan a reprochar a Alejandro su modo violento.

Sus injusticias.

Sus mentiras y lo intiman a adorar al Mesías.

Éste responde:

–             ¡Qué Dios me ciegue si miento y si he pecado!

¡Qué me ciegue antes que adorar a ese loco Nazareno!

En cuanto a vosotros, me vengaré…

Despedazaré a Benjamín como a ese árbol…

Saca un cuchillo y arremete para herirlos.

Blasfemando de Dios, burlándose del ciego y atacando a los otros como bestia enfurecida…

Pero de repente tropieza…

Se tambalea, se detiene, deja caer el puñal, se restriega los ojos;

los abre, los cierra…

Lanzando un tremendo grito:

–              ¡No veo!

¡Auxilio!

¡Mis ojos!…

¡Qué obscuridad!

Las tinieblas…

¿Quién me salva?

Gritan también los otros.

De estupor.

Y…

Se burlan de él, diciendo:

–               Dios te ha escuchado.

–               Véngate ahora…

Jesús aconseja:

–               No seáis como él.

No odiéis.

Acariciando al anciano añoso, que no se preocupa de nada sino de la incolumidad de Jesús.

Y para convencerlo dice:

–            Levanta la cara.

¡Mira!…

El milagro se realiza.

Y se escucha un grito fuerte, lleno de felicidad…

El anciano Elí dice:

–                       ¡Veo! ¡Mis ojos! ¡La luz! ¡Bendito seas!

Y el anciano mira a Jesús con ojos brillantes. Y se postra a besarle los pies.

Y para tranquilizarle dice:

–            ¡Levanta la cara!

¡Mira!

El milagro se cumple.

Como antes para el violento las tinieblas, ahora para el justo la luz.

Y el grito que ahora se eleva entre los robustos árboles es distinto, dichoso:

« ¡Veo!

¡Mis ojos! ¡La Luz!

¡Bendito seas!»

El anciano mira fijamente a Jesús con ojos bien claros por nueva vida.

Luego se postra para besar sus pies.

–               Vamos nosotros dos.

Vosotros llevaréis a Enón a este desdichado.

Sed compasivos porque Dios ya lo ha castigado.

Y es suficiente.

El hombre debe ser bueno ante cualquier desgracia.

Y ser compasivos ante el infortunio ajeno…

Alejandro el ciego, ahora suplica:

–                Toma contigo al niño.

Las ovejas, el bosque, la casa, el dinero.

Pero devuélveme la vista.

No puedo quedarme así.

Jesús se niega:

–               No puedo.

Te dejo todo aquello por lo que te hiciste pecador.

Tomo conmigo al inocente porque ya ha padecido el martirio.

Que en las tinieblas pueda ahora, tu alma abrirse a la Luz.

Jesús saluda a Leví y Jonás.

Baja raudo con el anciano añoso, que parece rejuvenecido.

Que cuando llega a las primeras casas grita su alegría…

Toda Enón se agita…

Jesús se abre paso.

Va donde el pastorcito, que está con los apóstoles.

Y dice:

–              ¡Ven!

Vamos, que en Tersa nos esperan.

Benjamín pregunta admirado:

–                ¿Libre?

¿Libre?

¿Contigo?

¡Oh! ¡No creía…!

Me despido de Elí.

¿Y los otros?

El muchacho está inquieto…

Elí lo besa, lo bendice.

Y le dice:

–                Y perdona al desdichado.

–               ¿Por qué?

Perdonar, sí.

Pero, ¿Por qué, desdichado?

–              Porque blasfemó contra el Señor y la luz se apagó en sus ojos.

Ninguno de vosotros tendrá motivo para temerle.

Está en las tinieblas y en el quebranto.

¡Es Tremendo el Poder de Dios!…

El anciano, con los brazos levantados, mirando hacia el cielo;

pensativo por lo que ha visto, parece un profeta inspirado.

Jesús se despide de él y se abre paso entre la pequeña muchedumbre inquieta.

Se marcha.

Detrás de Él, los apóstoles y las discípulas.

También se marcha Benjamín, con el saludo de las mujeres,

que quieren ofrecer algún detalle al que ha sido amado con predilección por el Señor:

una pieza de fruta, una bolsa, un pan, una túnica…

Lo que encuentran a mano.

Y él, feliz, se despide de ellas, les da las gracias, dice:

–          ¡Siempre buenas conmigo!

Lo recordaré.

Oraré por vosotras.

Mandad a vuestros hijos al Señor.

Es hermoso estar con Él.

Es la Vida.

¡Adiós! ¡Adiós!…

Enón queda atrás.

904 El Reclamo

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

575 En Enón, rescatado y acogido el pastorcillo Benjamín. 

08 de Noviembre

Observándolo, Mateo dice:

–               ¿No es el niño al que aquel hombre se llevó ayer con tan malos modales?

Pedro pregunta:

–              Creo que es él.

¿Eres tú?

Benjamín responde:

–              Soy yo.

–              ¡Oh, pobre muchacho!

¡Tu padre está claro que no te quiere!

–              Mí patrón…

No tengo más padre que a Dios.

Jesús dice:

–              Sí.

Los discípulos de Juan instruyeron su ignorancia y confortaron su corazón.

Y en el momento preciso el Padre de todos hizo que nos encontráramos.

Vamos a Enón para tomar con nosotros a tres testigos.

Luego iremos donde su patrón…

Pedro observa:

–           ¿Para que nos dé al muchacho?

¿Y dónde está el dinero?

María ha distribuido lo último que tenía…

Jesús dice:

–            No hay necesidad de dinero.

No es esclavo.

Y ya han dado dinero para que el patrón lo deje libre.

Lo dio Isaac, que sintió compasión del niño.

–            ¿Y por qué no recibió el niño?

–            Porque muchos son los burladores de Dios y del prójimo.

Ahí está mi Madre con las mujeres.

Id a decirles que no sigan viniendo.

Santiago de Zebedeo y Andrés se echan a correr, raudos como gacelas.

Jesús acelera el paso hacia su Madre y las discípulas…

Cuando llega ellas ya saben y observan con compasión al jovencito.

Regresan a buen paso hacia Enón.

Entran.

Van, guiados por el muchacho, a la casa de Elí;

que es un hombre añoso, de ojos enturbiados por los años, pero todavía vigoroso.

De joven debió ser robusto como una encina de estos lugares.

El jovencito le dice:

–               Elí, el Rabí de Nazaret me toma consigo si…

El anciano contesta alegremente:

–              ¿Te toma consigo?

Obra mejor no podría hacer.

Estando aquí acabarías haciéndote malo.

El corazón se endurece cuando dura demasiado la injusticia.

Y es demasiado dura.

¿Lo has encontrado?

El Altísimo, entonces, escucha tu llanto, aunque sea llanto de un niño samaritano.

Dichoso tú, entonces, que por la edad careces de cadenas y puedes seguir a la Verdad,

sin que nada te retenga;

ni siquiera la voluntad de un padre o de una madre.

Lo que durante tantos años parecía un castigo ahora se muestra como providencia.

Dios es bueno.

Pero ¿Qué quieres de mí, que has venido aquí?

¿Mi bendición?

Como Anciano del lugar, te la doy.

–                Tu bendición quiero.

Porque eres bueno.

Y también he venido para que tú, con Leví y Jonás;

vinierais, junto con el Rabí, donde mi patrón, para que no pida más dinero.

–              ¿Pero dónde está el Rabí?

Soy viejo y veo poco.

Reconozco sólo a los que conozco mucho.

No conozco al Rabí.

–              Aquí está.

Delante de ti.

–             ¿Aquí?

¡Poder eterno!

El anciano se levanta y se inclina ante Jesús,

diciendo:

–              Perdona a este viejo de ojos empañados.

Yo te saludo, porque sólo uno es justo en todo Israel.

Y eres Tú.

Vamos.

Leví está ocupado con una tina, en su huerto.

Y Jonás dedicado a sus quesos.

El anciano se endereza.

Es tan alto como Jesús, a pesar de que la edad lo encorve…

Se encamina, bordeando la tapia…

Evitando, con la ayuda de su bastón, los posibles tropiezos del camino.

Jesús, que lo ha saludado con su paz;

le ayuda en un punto en que tres rudimentales peldaños hacen peligroso el camino,

para un semiciego.

Antes de empezar a andar, Jesús había dicho a las discípulas que lo esperaran en ese lugar.

Benjamín, entretanto, va a su redil.

El anciano dice:

–            Eres bueno.

Pero Alejandro es un desalmado.

Es un lobo.

No sé si…

Pero mi caudal llega a poderte dar dinero por Benjamín, si Alejandro quiere más.

Mis hijos no tienen necesidad de mi dinero.

Yo ya estoy cerca del siglo y el dinero no sirve para la otra vida;

una acción de humanidad, sí, tiene valor…

–               ¿Por qué no lo has hecho antes?

–               No me reprendas, Rabí.

Yo daba comida al niño y lo confortaba, para que no acabara siendo un malhechor.

Alejandro es capaz de transformar a una tortolita en animal feroz.

Pero no podía, ninguno podía, quitarle el niño.

Tú…

Te marchas lejos.

Pero nosotros…

Nos quedamos aquí.

Y tememos sus venganzas.

Un día, uno de Enón se interpuso porque Alejandro estaba borracho…

Y estaba pegando salvajemente al niño.

Y él, no sé cómo, logró envenenarle el rebaño.

–               ¿No es un mal pensamiento?

–                No.

Esperó muchos meses.

A que llegara el invierno, cuando las ovejas están en el aprisco.

Envenenó el agua del pilón.

Bebieron.

Se hincharon.

Murieron.

Todas.

Somos todos pastores aquí.

Comprendimos lo que había pasado…

Para mayor seguridad, se puso aquella carne como comida a un perro…

Y el perro murió.

Alguien había visto a Alejandro entrar furtivamente en el aprisco.

¡Sí, es un malhechor!

Nosotros le tenemos miedo…

Es cruel.

Por la noche, siempre está borracho.

Despiadado con todos los suyos.

Ahora que todos se han muerto, tortura al muchacho.

–              Pues entonces no vengas si…».

–             ¡No!

Voy.

La verdad se debe decir.

¡Ah!…

Oigo el sonido del martillo.

Es Leví.

Y, junto a un seto, llama con voz fuerte:

–             ¡Leví!

¡Leví!

Sale un anciano menos viejo que el primero, ceñidas las vestiduras y con un mazo en la mano.

Saluda a Elí y le pregunta:

–            ¿Qué quieres, amigo?

–            Aquí a mi lado está el Rabí de Galilea.

Ha venido a tomar consigo a Benjamín.

Ven, que en el bosque está Alejandro.

A testificar que ya recibió de aquel discípulo aquel dinero por Benjamín.

–            Voy.

Siempre me decían que el Rabí era bueno.

Ahora lo creo.

¡Paz a ti!

Deja el mazo, grita a no sé quién que lo espere…

Y se marcha con Elí y Jesús.

Pronto llegan al aprisco de Jonás.

Lo llaman.

Explican…

–             Voy.

Tú – ordena a un mozo – sigue con el trabajo.

Se seca las manos en un paño que luego deja en una estaca.

Y sigue a Jesús, después de haberlo saludado, junto con Leví y Elí.

Jesús va hablando con el primer anciano.

Le dice:

–             Eres un hombre justo.

Dios te dará paz.

–           Lo espero.

¡El Señor es justo!

No tengo la culpa de haber nacido en Samaria…

–            No tienes culpa de ello.

En la otra vida no hay fronteras para los justos.

Sólo la culpa alza una separación entre el Cielo y el Abismo.

–             Es verdad.

¡Cuánto me gustaría verte!

Tu voz es dulce.

Y delicada es tu mano guiando a este viejo ciego.

Delicada y fuerte.

Parece la de mi hijo predilecto…

Elí como yo, hijo de mi hijo José.

Si tu figura es como tu mano, dichoso quien te ve.

–              Mejor es oírme que verme:

Hace más santo el espíritu.

–              Es verdad.

Yo escucho a los que hablan de Tí.

Pero pasan sólo de vez en cuando…

¡Hey!

¿No es esto ruido de hachas contra troncos?

–              Lo es.

–              Entonces…

Alejandro está aquí cerca…

Llámalo.

–              Sí.

Vosotros quedaos aquí.

Si me arreglo Yo solo, no os llamo.

No aparezcáis si no os llamo.

Jesús se adelanta y llama a Alejandro con voz fuerte.

–             ¿Quién es?

¿Quién eres? – dice un hombre anciano, robustísimo;

de facciones duras, pecho y extremidades de luchador.

Un golpe de esas manos debe ser como un golpe de clava:

¡Brutal!

Jesús responde:

–         Soy Yo.

Un desconocido que te conoce.

Vengo a tomar lo que es mío.

–             ¿Tuyo?

¡Ja! ¡Ja!

¿Qué es tuyo en este bosque mío?

–             Nada del bosque.

De tu casa.

Benjamín es mío.

–            ¡Tú estás loco!

Benjamín es mi siervo.

–             Y también pariente.

Tú eres su cómitre.

Un enviado mío te dio el dinero que pedías por el rescate del muchacho.

Cogiste el dinero y te negaste a entregar al muchacho.

Mi enviado, hombre de paz, no reaccionó.

Yo vengo ahora movido por la justicia.

–             Tu enviado se habrá bebido el dinero.

No he recibido nada.

Y me quedo con Benjamín.

Lo aprecio.

903 Rescate de un Huérfano

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

574 En Enón

07/11/23

Enón es un puñado de casas, está más arriba, hacia el Norte.

Conserva el lugar en que estuvo Juan el Bautista:

Es una gruta rodeada de exuberante vegetación.

Poco distantes, unos manantiales gotean,

para formar después un arroyuelo bien nutrido de aguas que van hacia el Jordán.

Jesús está solo, sentado fuera de la gruta, en el lugar en que se despidió de su primo.

La aurora apenas pone un tono rosado en el oriente…

Y las frondas se desadormecen con los trinos de los pájaros que se despiertan.

Balidos llegan de los apriscos de Enón.

Un rebuzno rasga ambiente sereno.

Se escucha un rumor confuso de pasitos por el sendero.

Pasa un rebaño de cabras guiadas por un adolescente que titubeante…

Se detiene un momento a mirar a Jesús.

Luego se marcha.

Pero al cabo de poco vuelve, porque una cabrita se ha encaprichado en quedarse ahí;

observando a ese hombre al que no estaba acostumbrada a ver en ese lugar…

Y que ahora extiende su larga mano para ofrecerle un tallo de mejorana…

Y le acaricia su cabeza inteligente.

El pastorcillo titubea.

No sabe si alejar al animal o dejar que Jesús lo acaricie, sonriendo;

como contento de que sin temor haya ido a acurrucarse a sus pies…

Y le haya puesto la cabeza en las rodillas.

También las otras cabras vuelven, comiendo la hierba tachonada de florecillas.

El pastorcillo pregunta:

–              ¿Quieres leche?

No he ordeñado todavía a dos cabras rebeldes;

que si no están bien llenas de comida amochan al que les aprieta en el pecho;

son iguales que su amo, que si no está bien lleno de ganancias;

nos da de palos.

Jesús pregunta:

–             ¿Eres siervo, pastor?

–              Soy huérfano.

Estoy solo.

Y soy siervo.

Él es pariente mío porque es el marido de la hermana, de la madre de mi madre.

Mientras vivía Raquel…

Pero hace muchos meses que murió…

Y yo soy muy infeliz…

¡Tómame contigo!

Estoy acostumbrado a vivir de nada

Te serviré…

Un poco de pan me basta como paga.

Tampoco aquí tengo nada…

Si me pagara, me iría.

Pero dice:

«¿Tu dinero?

No.

Me lo quedo yo, porque te visto y te doy de comer»

¡Me viste!

Ya lo ves.

¡Me da de comer!…

Mírame…

Y éstos son los palos…

Éste fue mi pan de ayer, éste…

Enseña unos cardenales en los brazos y hombros delgadísimos.

–             ¿Qué habías hecho?

–             Nada.

Tus compañeros los discípulos;

quiero decir, hablaban del Reino de los Cielos…

Yo estaba escuchando…

Era sábado.

Aunque no trabajara, no estaba ocioso, porque era sábado…

Me pegó fuerte, tanto que…

Que no quiero seguir con él.

Tómame contigo.

Si no huyo…

He venido adrede aquí esta mañana.

Tenía miedo de hablar.

Pero Tú eres bueno y hablo.

–              ¿Y el rebaño?

No querrás huir con él, claro…

–              Lo llevo al aprisco…

El hombre, dentro de poco, irá al bosque para cortar leña…

Yo llevo el rebaño y huyo.

¡Tómame contigo!

–             ¿Pero tú sabes Quién Soy?

–              ¡Eres el Mesías!

El Rey del Reino de los Cielos.

El que te sigue es feliz en la otra vida.

Aquí nunca he tenido alegría…

Pero, no me rechaces…

Que tenga alegría allí…

Llora echado a los píes de Jesús, cerca de la cabrita.

Asombrado, Jesús pregunta:

–                ¿Cómo me conoces tan bien?

¿Es que me has oído hablar?

–                No.

Sé desde ayer que aquí, donde estaba el Bautista, estabas Tú.

Pero alguna vez pasaban por Enón discípulos tuyos.

Les he oído a ellos.

Se llaman Matías, Juan, Simeón.

Estaban a menudo porque Juan el Bautista había sido su maestro antes…

Luego Isaac…

En Isaac yo sentía a mi padre y a mi madre.

Isaac quería liberarme del patrón…

Y dio dinero.

¡Pero él!…

Cogió el dinero, eso sí;

pero luego no me libertó.

Y se burló de tu discípulo.

–               Sabes muchas cosas.

Pero ¿Sabes a dónde voy?

–               A Jerusalén.

Pero no llevo escrito en la cara que sea de Enón.

–               Voy más lejos.

Pronto me marcharé y no podré tomarte conmigo.

–               Tómame el poco tiempo que puedas.

–              ¿Y luego?

–              Y luego…

Lloraré, pero iré con los de Juan;

que fueron los primeros que dijeron a este pobre muchacho,

que la alegría que los hombres no dan en la Tierra,

la da Dios en el Cielo a quien ha tenido buena voluntad.

Yo por tenerla, me he llevado muchos palos y he pasado mucha hambre;

pidiendo a Dios que me diera esta paz.

Ya ves que he tenido buena voluntad…

Pero ahora, si me rechazas…

Ya no podré tener esperanza…

Llora quedo, suplicando a Jesús más que con los labios con los ojos llorosos.

–              No tengo dinero para tu rescate.

Ni sé si tu patrón daría el consentimiento.

–              Pero ya han pagado por mí.

Tengo testigos.

Elí, Leví y Jonás lo vieron.

Se enfadaron con el hombre.

¡Y son los más importantes de Enón!

¡Eh!…

–          Sí es así…

Vamos.

Levántate y ven.

–            ¿A dónde?

–            Donde tu patrón.

–            ¡Tengo miedo!

Ve Tú solo.

Está allí en aquel monte, entre los árboles cortando madera.

Yo espero aquí.

–               No tengas miedo.

Mira, vienen mis discípulos.

Seremos muchos para él.

No te hará ningún daño.

Levántate.

Iremos a Enón, a buscar a los tres testigos y luego vamos donde tu patrón.

Dame la mano.

Después te confiaré a los discípulos que conoces.

¿Cómo te llamas?

–             Benjamín.

–            Tengo otros dos pequeños amigos que se llaman así.

Tú serás el tercero.

–             ¿Amigo?

¡Es demasiado!

Soy siervo.

–              Del Señor Altísimo.

De Jesús de Nazareth eres el amigo.

Ven.

Recoge el rebaño y vamos.

Jesús se levanta.

Mientras el pastorcito reúne y empuja a las cabras reacias hacia el camino de regreso;

hace señas a los apóstoles que vienen por el sendero y lo están mirando, para que se apresuren.

Ellos aceleran el paso.

Mas ya el rebaño está en camino.

Jesús, con el pastorcito de la mano, va hacia ellos…

Pedro pregunta:

–             ¡Señor!…

¿Te has hecho pastor de cabras?

Verdaderamente Samaria puede ser llamada la cabra…

Pero Tú…

–               Yo soy el Buen Pastor y transformo las cabras en corderos.

Además, todos los niños son corderos.

Y éste es poco más que niño»

Mateo lo observa y pregunta:

–              ¿No es el niño al que aquel hombre se llevó ayer con tan malos modales?

Pedro dice:

–              Creo que es él.

¿Eres tú?

El pastorcito responde:

–                Soy yo.

–             ¡Oh, pobre muchacho!

¡Tu padre está claro que no te quiere!

–              Es mí patrón.

No tengo más padre que a Dios.

902 Una Pequeña Confrontación

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

573 Partida para Enón 

Jesús, solo, medita sentado debajo de una encina gigantesca;

nacida en las faldas del monte que domina a Siquem.

La ciudad, iluminada con el crepúsculo de la aurora matutina;

bañada por éste con un rosa claro, con el primer sol;

está abajo…

Extendida sobre las pendientes más bajas del monte.

Parece vista desde arriba, un puñado de grandes cubos blancos,

desbaratados por un niño gigante en un verde prado en declive.

Los dos cursos de agua junto a los que está edificada,

dibujan un semicírculo azul-plata oscuro en torno a la ciudad;

Luego, uno de los dos entra en ella e introduce su canto y su cabrilleo entre las casas blancas,

para salir luego y correr entre el verde, apareciendo y desapareciendo,

por entre matas exuberantes de olivos y árboles frutales…

Hacia el Jordán.

El otro, más modesto, permanece fuera de los muros de la ciudad;

los lame casi…

Y riega los fértiles huertos;

para correr luego a calmar la sed de rebaños de ovejas blancas,

que pastan en prados salpicados de la sangre de las cabecitas rojas de las flores del trébol.

El horizonte se abre anchuroso frente a Jesús.

Detrás de ondulaciones de colinas cada vez más bajas;

se ve, a través de una franja de horizonte, el Valle verde del Jordán.

Y allende éste, los montes de Transjordania, que terminan al nordeste,

en las originales cimas de la Auranítida.

El sol, que ha salido de tras ellos;

incide ahora en tres caprichosas nubes, semejantes a tres cintas de sutil gasa,

puestas horizontalmente sobre el velo turquesa del firmamento.

Y la leve gasa de las tres nubes largas y estrechas,

se ha puesto toda de un rosa anaranjado semejante al de ciertos corales de gran valor.

El cielo parece vallado por este enrejado aéreo, bellísimo;

que Jesús mira fijamente.

Bueno, mira en esa dirección, absorto.

¡Quién sabe…

A lo mejor, ni siquiera lo ve!

Apoyado el codo en la rodilla;

sujetando con la mano el mentón hincado en el cuenco de la palma;

mira, piensa, medita.

Por encima de Él;

los pájaros chilladores, alborotan describiendo un alegre carrusel de vuelos.

Jesús baja los ojos hacia Siquem, que va despertándose con el sol matutino.

Ahora, a los pastores y rebaños, los únicos que antes animaban el panorama;

se unen los grupos de peregrinos.

Y al tintineo de las esquilas de las greyes se une el de los cascabeles de los borricos.

Muchas voces, rumores de pasos y palabras.

El viento con sus ondas, trae hasta Jesús el ruido de la ciudad que se despierta;

de la gente que se despierta del descanso nocturno.

Jesús se pone en pie.

Con un suspiro deja este lugar sereno y baja a buen paso, por un atajo;

hacia la ciudad…

Donde entra entre caravanas de hortelanos y peregrinos que se apresuran.

Los primeros, a descargar su género;

los segundos, a comprar los productos de los primeros antes de ponerse en camino.

En un ángulo de la plaza del mercado, están ya en grupo, esperando,

los apóstoles y las discípulas;

en torno a ellos, los de Efraím, Silo, Lebona y muchos de Siquem.

Jesús va donde ellos.

Los saluda.

Luego dice a los de Samaria:

–                  Y ahora vamos a dejarnos.

Volved a vuestras casas.

Recordad mis palabras.

Creced en la justicia.

Se vuelve hacia Judas de Keriot:

–               ¿Has dado como dije, para los pobres de todos los lugares?

El apóstol incorregible responde:

–                Sí.

Lo he dado.

Excepto a los de Efraím porque ya han recibido.

–               Entonces marchaos.

Ocupaos de que todos los pobres reciban un alivio.

Un hombre dice:

—             Nosotros te bendecimos por ellos.

–              Bendecid a las discípulas.

Son ellas las que me han dado el dinero.

Marchaos.

La paz sea con vosotros.

Y éstos se marchan;

remolones, con pena…

Pero obedecen.

Jesús se queda con los apóstoles y las discípulas.

Les dice:

–             Voy a Enón.

Quiero saludar el lugar del Bautista.

Luego bajaré al camino del valle.

Es más cómodo para las mujeres.

Judas sugiere:

–              ¿Y…

No sería mejor ir por el camino de Samaria?

–              Nosotros no tenemos por qué temer a los bandidos;

aun yendo por un camino cercano a sus grutas.

El que quiera venir conmigo que venga;

el que no se sienta muy dispuesto a ir hasta Enón;

que se quede aquí hasta el día siguiente del sábado.

Ese día iré a Tersa.

El que se quede que se reúna después conmigo allí.

Judas dice:

–               Yo, la verdad…

Preferiría quedarme.

No me encuentro muy bien…

Estoy cansado…

Pedro dice:

–               Se ve.

Tienes aspecto de enfermo.

Turbio de humor, de mirada y de piel.

Hace un tiempo que te observo…

–                 Pero ninguno me pregunta si sufro…

–                ¿Te hubiera gustado?

Yo no sé nunca lo que te gusta.

Pero, si te satisface, te lo pregunto ahora.

Y estoy dispuesto a quedarme contigo para cuidarte… – le responde pacientemente Pedro.

–              ¡No, no!

Es sólo cansancio.

Ve, ve.

Yo me quedo aquí donde estoy.

Repentinamente, Elisa dice:

–               También me quedo yo.

Soy anciana.

Descansaré haciéndote de madre.

María Salomé interrumpe:

–               ¿Tú te quedas?

Habías dicho…

–                Si todos fuéramos, yo también iría, para no quedarme aquí sola.

Pero dado que Judas se queda…

–              Pues entonces voy.

No quiero sacrificarte, mujer.

Estoy seguro de que irías con agrado a ver el refugio del Bautista…

–               Soy de Betsur…

Y no he sentido nunca la necesidad de ir a Belén a ver la gruta donde nació el Maestro.

Estas cosas las haré cuando ya no tenga al Maestro.

Así que fíjate tú si voy a estar ansiosa de ver el lugar donde estuvo Juan…

Prefiero ejercer la caridad, porque estoy segura de que la caridad tiene más valor que un peregrinaje.

Judas objeta:

–            ¿No te das cuenta de que estás reprobando la actitud del Maestro?

–            Hablo por mí.

Él va allí y hace bien.

Él es el Maestro.

Yo soy una vieja a la que los dolores le han quitado toda curiosidad.

Y el amor por el Mesías, le ha quitado todo deseo de cualquier otra cosa que no sea servirle.

–            Para ti es servicio espiarme, entonces.

–            ¿Haces cosas reprochables?

Se vigila a quien hace cosas dañinas.

Pero, hombre, nunca he espiado a nadie.

No pertenezco a la familia de las serpientes.

Y no traiciono.

–              Yo tampoco.

–               Dios lo quiera, por tu bien.

Pero no logro entender, por qué te resulte tan odioso el que me quede aquí descansando…

Jesús, hasta este momento mudo;

escuchando, en medio de los otros;

que están asombrados de este tira y afloja…

Levanta la cabeza, la tenía un poco inclinada…

Y dice:

–                Basta.

El mismo deseo que tienes tú;

lo puede tener con mayor razón, una mujer que además es anciana.

Os quedaréis aquí hasta el alba del día siguiente del sábado.

Luego os reuniréis conmigo.

De momento compra todo lo que podamos necesitar para estos días.

Ve.

Y no te demores.

Judas, a regañadientes, va a comprar las provisiones.

Andrés querría acompañarle, pero Jesús lo agarra por el brazo…

Diciendo:

–             Quédate aquí.

Puede él solo.

Jesús tiene aspecto muy severo.

Elisa lo mira y luego se acerca a Él.

Dice:

–            Perdona, Maestro, si te he causado un dolor.

–             Nada tengo que perdonarte, mujer.

Más bien, perdona tú a ese hombre, como si fuera un hijo tuyo.

–              Con este sentimiento me quedo con él…

Aunque él crea una cosa muy distinta…

Tú me comprendes…

–               Sí.

Y te bendigo.

Te digo que es correcto lo que has dicho…

Que los peregrinajes a mis lugares serán una necesidad que vendrá…

Cuando ya no esté con vosotros…

Una necesidad de confortar vuestro espíritu.

Ahora se trata de servir a los deseos de vuestro Jesús.

Y tú has comprendido un deseo mío;

porque te sacrificas por tutelar un espíritu imprudente…

Los apóstoles se intercambian miradas…

Las discípulas también.

Sólo María, enteramente velada, no levanta la cabeza para intercambiar miradas con nadie.

María de Mágdala, erguida como una reina juzgadora;

no ha quitado la mirada un momento de Judas;

que se mueve entre los vendedores…

En sus ojos hay amargura, no sin un cierto desprecio en su boca cerrada:

Habla con su expresión más que si dijera palabras…

Judas regresa.

Da a los compañeros lo que ha comprado.

Se pone en orden el manto…

Porque lo había usado para transportar lo que había comprado.

Y hace ademán de dar la bolsa a Jesús.

Jesús la rechaza con la mano:

–             No hace falta.

Para las limosnas está todavía María.

Tú preocúpate de ejercitar la beneficencia aquí.

Muchos son los mendigos que de todas partes, bajan para ir hacia Jerusalén en estos días.

Da sin prejuicios y con caridad…

Recordando que todos somos mendigos ante Dios, de su misericordia y de su pan…

Adiós.

Adiós, Elisa.

La paz sea con vosotros.

Y se vuelve rápidamente.

Se echa a andar a buen paso por el camino que tenía cerca,

sin dar tiempo a Judas para despedirse de Él…

Todos lo siguen en silencio.

Salen de la ciudad en dirección hacia nordeste por estos bellísimos campos…

901 La Fiesta de la Justicia

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

572a En Siquem, la última parábola sobre los consejos dados y recibidos.

Jesús continúa hablando en la plaza de Siquem…

Oíd una parábola:

Una parábola que cierra el ciclo de las que he dicho en Silo y Lebona.

Que habla también de los consejos que se dan o se reciben.

Un rey mandó a su hijo amado a visitar su reino.

El reino de este rey estaba dividido en muchas provincias, pues era vastísimo.

En estas provincias existía un distinto conocimiento del rey.

Algunas lo conocían tanto, que se consideraban las predilectas y se ensoberbecían por ello.

Estas provincias pensaban que eran las únicas perfectas en conocimiento del rey.

Y de lo que el rey quería.

Otras lo conocían;

pero no se creían sabias por ello y buscaban el modo de conocerlo cada vez más.

Otras conocían al rey, pero lo querían a su manera;

ya que se habían dado un código especial que no era el verdadero código del reino.

Del verdadero código habían tomado aquello que les gustaba y hasta donde les gustaba…

E incluso habían desvirtuado ese poco, con mezclas de otras leyes -no buenas-

tomadas de otros reinos o que ellos mismos se habían dado.

No.

No buenas.

Otras provincias ignoraban todavía más acerca de su rey.

Algunas solamente sabían que había un rey, nada más que eso.

Y creían incluso que esto poco era una fábula.

El hijo del rey fue a visitar el reino de su padre para transmitir a las distintas regiones,

a todas ellas…

Un exacto conocimiento del rey:

Corrigiendo la soberbia, elevando los ánimos, enderezando conceptos desviados…

En otras regiones convenciendo para que eliminaran los elementos impuros de la ley pura.

Enseñando para colmar las lagunas…

En fin, instruyendo para dar un mínimo de conocimiento y de fe,

en orden a este rey real de quien todos los hombres eran súbditos.

El hijo del rey pensaba de todas formas,

que la primera lección para todos había de ser el ejemplo de una justicia conforme al código;

tanto en las cosas graves como en las menores.

Y era perfecto.

Tanto que la gente de buena voluntad se mejoraba a sí misma,

Porque seguía las acciones y las palabras del hijo del rey.

Pues sus palabras y sus obras eran tan congruentes entre sí, sin disonancia alguna;

que eran una única cosa.

Pero los de las provincias que se sentían perfectas,

sólo por saber al pie de la letra las letras del código, pero sin poseer su espíritu;

veían que de la observancia de lo que hacía el hijo del rey y de lo que exhortaba a hacer;

demasiado claramente resultaba que ellos conocían la letra del código,

pero no poseían el espíritu de la ley del rey…

Y que por tanto, su hipocresía quedaba desenmascarada.

Entonces pensaron quitar de en medio aquello que los hacía aparecer como eran.

Y para hacerlo usaron dos vías:

Una contra el hijo del rey, la otra contra los seguidores del hijo del rey.

Para el primero, malos consejos y persecuciones;

para los segundos, malos consejos e intimidaciones.

Muchas cosas son malos consejos.

Es un mal consejo decir:

«No hagas esto que te puede acarrear perjuicio» fingiendo interesarse positivamente.

Y es mal consejo perseguir para persuadir a faltar contra su misión,

a aquel al que se quiere descarriar.

Es consejo malo el decir a los propios partidarios:

«Defended a toda costa y usando cualquier medio al justo perseguido»

Y es consejo malo decir a los propios partidarios:

«Si lo protegéis, os encontraréis con nuestro desdén»

Pero ahora no estoy hablando de los consejos dados a los propios partidarios;

sino de los consejos dados al hijo del rey y de los consejos encargados a otros,

con falsa candidez, con perverso odio…

O a través de ingenuos instrumentos que creyendo que los mueven para un beneficio,

en realidad son movidos para causar daño.

El hijo del rey escuchó estos consejos.

Tenía oídos, ojos, intelecto y corazón.

No podía por tanto no oírlos, no verlos, no comprenderlos, no discernir acerca de ellos.

Pero el hijo del rey tenía sobre todo, un espíritu recto de hombre verdaderamente justo.

Y a cada uno de los consejos que se le ofrecían, consciente o inconscientemente,

para hacerle pecar y dar mal ejemplo a los súbditos e infinito dolor a su padre,

respondió:

«No.

Yo hago lo que quiere mi padre.

Sigo su código.

El ser hijo del rey no me exime de ser el más fiel de sus súbditos en la observancia de la ley.

Vosotros, que me odiáis y queréis amedrentarme;

sabed que nada me hará violar la ley.

Vosotros, los que me queréis y queréis salvarme;

sabed que os bendigo por este pensamiento vuestro.

Pero sabed también que ni vuestro amor ni el amor mío hacia vosotros…

Por ser más fieles a mí que los que se dicen «sabios»

No debe hacerme injusto en mi deber hacia el amor más grande,

que es el que ha de darse al padre mío».

Ésta es la parábola, hijos míos.

Y es tan clara, que todos pueden haberla comprendido.

En los espíritus rectos sólo una voz puede surgir:

«Él es realmente el Justo, porque ningún consejo humano puede desviarlo por un camino de error».

Sí, hijos de Siquem.

Nadie puede llevarme al error.

¡Ay si caminara en el error!

¡Ay de mí y ay de vosotros!

En vez de ser vuestro Salvador, sería vuestro TRAIDOR.

Y tendríais razón en odiarme.

Pero no lo haré.

No os reprendo por haber aceptado sugestiones…

Y haber pensado una serie de medidas contra la justicia.

No sois culpables porque lo habéis hecho por espíritu de amor.

Pero os digo lo que he dicho al principio y al final.

A vosotros os digo:

Os quiero más que si fuerais hijos de mis entrañas, porque sois hijos de mi espíritu.

Yo he conducido a la Vida a vuestro espíritu.

Y lo haré aún más.

Sabed y que éste sea el recuerdo mío…

Sabed que os bendigo por el pensamiento que habéis tenido en vuestro corazón.

Pero creced en la justicia, queriendo solamente aquello que dé honor al Dios verdadero,

a quien ha de profesarse un amor absoluto, como a ninguna otra criatura se ha de profesar.

Venid a esta perfecta justicia que Yo os doy como ejemplo;

justicia que aplasta los egoísmos del propio bienestar;

los miedos de los enemigos y de la muerte…

Que todo lo aplasta para hacer la Voluntad de Dios.

Preparad vuestro espíritu.

El alba de la Gracia surge.

El banquete de la Gracia ya está siendo preparado.

Vuestras almas, las almas de los que quieren venir a la Verdad,

están en las vísperas de su desposorio, de su liberación, de su redención.

Preparaos en justicia para la Fiesta de la Justicia.

Jesús hace una seña a los parientes de los niños, que están cerca de éstos,

para que entren en la casa con Él.

Habiendo levantado en brazos a los tres niños como al principio;

se retira.

En la plaza la gente intercambia comentarios, muy distintos.

Los mejores dicen:

–                    Tiene razón.

Aquellos falsos enviados nos traicionaron.

Los menos buenos dicen:

–                   Pero entonces no hubiera debido halagarnos.

Hace que nos odien todavía más.

Se ha burlado de nosotros.

Cuando Satanás utiliza a los que MÁS AMAMOS, en sus traidores ataques, nuestro PERDÓN debe crecer para neutralizarlo…

Es un verdadero judío.

–              No podéis decir eso.

Nuestros pobres saben de sus ayudas;

nuestros enfermos, de su poder;

nuestros huérfanos, de su bondad.

No podemos pretender que peque, para satisfacernos a nosotros.

–             Ya ha pecado, porque haciendo que nos odien nos ha odiado…

–             ¿Quién?

–             Todos.

Y se ha burlado de nosotros.

–              Sí, se ha burlado de nosotros.

Los distintos pareceres llenan la plaza.

Pero no turban el interior de la casa, donde está Jesús;

junto con los notables, con los niños y sus parientes.

Una vez más, se confirman las palabras proféticas:

«El será Piedra de Contradicción»

900 La Vida del Alma

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

572 En Siquem 

La plaza más grande de Siquem aparece abarrotada de gente hasta lo increíble.

Además de todos los ciudadanos,

se han concentrado también los que viven en los campos y en los pueblos cercanos.

Los de Siquem a primeras horas de la tarde del primer día,

se han esparcido para avisar por todas partes.

Todos han venido: sanos y enfermos, pecadores e inocentes.

Repleta ya la plaza, atestadas las terrazas que están en lo alto de las casas,

la gente se ha acoclado incluso encima de los árboles que dan sombra a la plaza.

En primera fila, en el lugar que se ha mantenido libre para Jesús,

junto a una casa realzada sobre cuatro escalones,

están los tres niños que Jesús salvó de los bandidos y también los parientes.

¡Qué ansiosos, los tres pequeñuelos de ver a su Salvador!

Cada grito que se oye los hace volverse buscándolo.

Cuando se abre la puerta de la casa y en su vano aparece Jesús,

los tres niñitos vuelan a su encuentro gritando:

« ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!»

Suben los altos escalones sin esperar siquiera a que Él baje a abrazarlos.

Y Jesús se inclina, los abraza, los levanta…

Cual vivo ramo de flores inocentes, los besa en la cara…

Y ellos también lo besan.

Entonces se escucha un murmullo de la gente, conmovida.

Alguna voz dice:

–              Sólo Él sabe besar a nuestros inocentes.

Y otras voces claman:

–             ¿Veis cómo los quiere?

–              Los salvó de los bandidos, les dio de comer y los vistió.

–               Les ha dado una casa y ahora los besa como si fueran los hijos de sus entrañas.

Jesús, que ha puesto a los niños en el suelo, en el escalón más alto, cerca de su cuerpo;

responde a todos, contestando a estas últimas palabras anónimas:

–               En verdad, éstos son para Mí más que hijos de mis entrañas.

Porque soy para ellos padre de su alma, que es mía.

Y no para el tiempo que pasa, sino para la eternidad que perdura.

¡Ojalá pudiera decir lo mismo de todo hombre que de Mí, Vida;

obtuviera vida para salir de su muerte!

Cuando vine por primera vez a vosotros os invité a esto.

Pero pensasteis que teníais mucho tiempo para decidiros a hacerlo.

Sólo una persona fue solícita en seguir la llamada y en entrar por el camino de la Vida:

La criatura más pecadora que había entre vosotros.

Quizás, precisamente porque se sintió muerta, se vio muerta, pútrida con su pecado…

Y tuvo prisa en salir de la muerte.

Vosotros ni os sentís ni os veis muertos.

Y no tenéis su prisa.

Pero…

¿Qué enfermo espera a estar muerto para tomar las medicinas de vida?

El muerto no necesita sino mortaja y bálsamos.

Y un sepulcro donde yacer para convertirse en polvo después de ser podredumbre.

Porque el que la podredumbre de Lázaro,

a quien miráis con ojos dilatados por el temor y el estupor;

haya sido, por sabios fines, recompuesta por el Eterno y devuelta a la salud,

no debe tentar a nadie a morir en su espíritu diciendo:

«El Altísimo me dará de nuevo la vida del alma”

No tentéis al Señor Dios vuestro.

Venid vosotros a la Vida.

Ya no hay tiempo de espera.

La Vid ya va a ser vendimiada y exprimida.

Preparad vuestro espíritu para el Vino de la Gracia que muy pronto os será dado.

¿No es lo que hacéis cuando vais a asistir a un gran banquete?

¿No preparáis vuestro estómago para que reciba alimentos y vinos selectos,

haciendo preceder al banquete una prudente abstinencia que afine el gusto y dé vigor al estómago,

para degustar y apetecer la comida y la bebida?

¿Y no hace lo mismo el viñador para catar el vino reciente?

No desarregla su paladar el día en que quiere catar el vino nuevo.

No lo hace porque quiere percibir con exactitud las cualidades y los defectos de ese vino,

para corregir éstos y resaltar aquéllas y así vender bien su mercancía.

Pero si esto sabe hacer la persona que ha sido invitada a un banquete;

para saborear con mayor deleite los manjares y vinos.

Si el viñador hace eso para poder vender bien su vino;

o para convertir en vendible aquello que sí se ofreciera defectuoso sería rechazado por el comprador,

¿No debería saber hacerlo el hombre en orden a su espíritu;

para saborear el Cielo, para ganar el tesoro y poder entrar en el Cielo?

Escuchad mi consejo.

Éste sí, escuchadlo.

Es consejo bueno.

Es consejo justo del Justo, al que vanamente se aconseja mal.

Del Justo que quiere salvaros de los frutos de los malos consejos que habéis recibido.

Sed justos como Yo lo soy.

Y sabed dar el justo valor a los consejos que os dan.

Si sabéis haceros justos, daréis ese justo valor.

899 Las Almas Víctimas

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA 

571 Llegada a Siquem y recibimiento

Ahí está Siquem, hermosa y adornada;

llena de gente de Samaria que se dirige al templo samaritano;

llena de peregrinos de todas partes dirigidos hacia el Templo de Jerusalén.

El sol la inunda toda, pues está extendida sobre las laderas del este del Garizim,

que la supera por el extremo oeste, todo verde;

tan verde el monte como blanca la ciudad.

A su nordeste el Ebal, de aspecto aún más agreste, parece protegerla de los vientos del norte.

La fertilidad del lugar, rico de aguas que descienden desde la divisoria de los montes

y se dirigen en dos arroyos risueños, nutridos por cien regatillos, hacia el Jordán,

es magnífica.

Rezuma por las tapias de los jardines y en los setos de los huertos.

Todas las casas se enguirnaldan de verde, de flores, de ramas donde crecen los pequeños frutos.

Y la mirada, recorriendo los alrededores bien visibles, dada la configuración del terreno,

sólo ve verde de olivares, de viñedos, de matas de árboles frutales.

Y amarillecer de campos que dejan, cada día más, el color glauco del trigo tierno,

para ir adquiriendo un delicado amarillor de paja;

de espigas maduras, que el sol y el viento, plegando y agrediendo,

ponen casi de un blanco de oro blanco.

Verdaderamente las mieses «amarillecen», como dice Jesús.

Ahora realmente blondas, después de haber sido «blanquecinas» cuando nacían.

Luego de un color verde de preciosa joya mientras crecían y echaban espiga.

Ahora el sol las prepara para la muerte, después de haberlas preparado para la vida.

Y uno no sabe si bendecirlo ahora que las conduce al sacrificio.

O cuando paterno, daba calor a los terrones para hacer germinar el trigo…

Pintando la palidez del tallo, desde el momento mismo en que asomaba,

de un hermoso verde lleno de vigor y promesas.

Jesús, que ha hablado de esto entrando en la ciudad…

Señalando al lugar del encuentro con la Samaritana…

Aludiendo a aquella conversación lejana, dirigiéndose a sus apóstoles;

a todos menos a Juan…

Que sigue en su puesto de consolador junto a María, que está muy afligida.

Jesús habla:

–                 ¿Y no se cumple ahora lo que entonces dije?

En aquella ocasión entramos aquí desconocidos y solos.

Sembramos.

¡Ahora, mirad!

Mucha mies ha nacido de aquella semilla.

Seguirá creciendo y vosotros recogeréis.

Y otros, además de vosotros, recogerán…

Felipe pregunta:

–               ¿Y Tú no, Señor?

–               Yo he recogido donde había sembrado mi Precursor.

Y luego he sembrado para que vosotros recogierais y sembrarais con la semilla que os había dado.

Pero, de la misma forma que Juan no recogió lo sembrado…

Yo tampoco recogeré esta mies.

Nosotros somos…

Inquieto, Tadeo pregunta:

–                ¿Qué, Señor?

–                 Las víctimas, hermano mío.

Se requiere sudor para hacer fértiles los campos.

Y se requiere sacrificio para hacer fértiles los corazones.

Nosotros aparecemos, trabajamos, morimos.

Otro después de nosotros, toma nuestro puesto;

aparece, trabaja, muere…

Y otro recoge lo que nosotros regamos muriendo.

Santiago de Zebedeo exclama:

–               ¡Oh, no!

¡No digas eso, Señor mío!

Jesús lo cuestiona:

–                ¿Y tú, discípulo de Juan antes que mío, dices eso?

¿No recuerdas las palabras de tu primer maestro?:

«Es necesario que Él crezca y yo disminuya»

Él comprendía la belleza y la justicia de morir para dar a otros la justicia.

Yo no seré inferior a él.

–                Pero Tú, Maestro;

Eres Tú: ¡Dios!

Él era un hombre.

–                  Soy el Salvador.

Como Dios, debo ser más perfecto que el hombre.

Si Juan hombre, supo mermar para hacer surgir el verdadero Sol.

Yo no debo empañar la luz de mi Sol con nieblas de vileza.

Debo dejar un límpido recuerdo mío.

Para que vosotros caminéis.

Para que el mundo crezca en la Idea cristiana.

El Mesías se marchará…

Volverá al lugar de donde ha venido.

Y allí os amará estando atento a vuestro trabajo, preparándoos el puesto que será vuestro premio.

Pero el Cristianismo no se marcha.

El Cristianismo crecerá por mi partida…

Y por la de todos aquellos que, sin apegos al mundo y a la vida terrena;

sepan, como Juan y como Jesús, marcharse…

Morir para dar vida.

Casi acongojado,  Judas de Keriot pregunta:

–              ¿Entonces encuentras justo que te den muerte?…

–              No encuentro justo que me den muerte.

Encuentro justo morir en aras de lo que Mi Sacrificio producirá.

El homicidio será siempre homicidio para quien lo lleva a cabo;

aunque tenga valor y aspecto distinto en relación al que lo sufre.

–                 ¿Qué quieres decir?

–                 Quiero decir que, si el homicida mandado o forzado;

como un soldado en la batalla o un verdugo que debe obedecer al magistrado…

O uno que se defiende de un bandido;

no tiene de ninguna manera en su alma el peso de un crimen.

o tiene un relativo crimen de haber quitado la vida a un semejante.

En cambio, aquel que sin orden y necesidad mata a un inocente, o coopera a su muerte;

se presenta ante Dios con el rostro horrendo de Caín.

–               ¿Pero no podríamos hablar de otra cosa?

Al Maestro le hace sufrir, tú pones ojos de torturado, a nosotros nos parece estar en la agonía;

si la Madre oyera, lloraría.

¡Y ya bien que llora detrás de su velo!

¡Hay muchas otras cosas de que hablar!…

¡Ah, mira, vienen los notables!

Así os callaréis.

¡Paz a vosotros!

¡Paz a vosotros!

Pedro, que estaba un poco adelantado y se había vuelto para hablar;

hace ahora reverencias a un nutrido grupo de siquemitas pomposos que vienen hacia Jesús.

Los hombres que llegan lo saludan:

–                La paz a Tí, Maestro.

Las casas que te han hospedado la otra vez abren sus puertas para recibirte.

También muchas otras casas, para las discípulas y para los que vienen contigo.

Vendrán los que han sido agraciados por ti recientemente o lo fueron la primera vez.

Sólo faltará una, porque se marchó del lugar para llevar una vida de expiación.

Eso dijo y yo lo creo.

Porque cuando una mujer se despoja de todo aquello que era objeto de su amor…

Rechazando el pecado y da sus bienes a los pobres…

Es señal de que verdaderamente quiere llevar una vida nueva.

Pero no sabría decirte dónde está.

Ninguno la ha vuelto a ver desde que dejó Siquem.

A uno de nosotros le pareció verla como criada, en un pueblo cercano al Fialé.

Otro jura haberla reconocido vestida míseramente en Bersabea.

Pero no es seguro el testimonio de estas personas.

Se la llamó por su nombre y no respondió.

Hay quien oyó en un lugar que a la mujer la llamaban Juana;

esto fue en el otro Agar.

Jesús responde:

–              ¡La Paz sea con vosotros!

No es necesario saber más, aparte de que ella se ha redimido.

Cualquier otro dato acerca de ella es vano…

Y toda indagación es curiosidad indiscreta.

Dejad a vuestra conciudadana en su secreta paz;

satisfechos suficientemente con que ya no cause escándalo.

Los ángeles del Señor saben dónde está, para darle la única ayuda de que tiene necesidad;

la única ayuda que no puede perjudicar a su alma.

Ahora sed caritativos con las mujeres, que están cansadas…

Y llevadlas a las casas.

Mañana os hablaré.

Hoy voy a escucharos a todos y voy a recibir a los enfermos.

El arquisinagogo pregunta:

–                ¿No te vas a quedar mucho tiempo con nosotros?

¿No vas a transcurrir aquí el sábado?

–                 No.

En otro lugar, en oración.

–            Esperábamos tenerte mucho con nosotros…

–           Tengo el tiempo justo para volver a Judea para las fiestas.

Os dejaré a los apóstoles y las mujeres, si quieren quedarse, hasta el atardecer del sábado.

No os miréis así.

Sabéis que debo tributar más que nadie, honor al Señor Dios nuestro;

porque el ser lo que Soy no me exime de ser fiel a la Ley del Altísimo.

Se dirigen hacia las casas.

En cada una entran dos discípulas y un apóstol:

María de Alfeo y Susana con Santiago de Alfeo;

Martha, María con el Zelote;

Elisa y Nique con Bartolomé;

Salomé y Juana con Santiago de Zebedeo.

Luego en grupo, van juntos a otra casa Tomás, Felipe, Judas de Keriot y Mateo.

Pedro y Andrés, a otra.

Y Jesús con Judas de Alfeo y Juan, entra con María su Madre;

en la de un hombre que siempre ha hablado en nombre de los habitantes del lugar.

Los seguidores, los de Efraím, Silo y Lebona y otros peregrinos que iban a Jerusalén…

Interrumpiendo el viaje, se han unido a los que seguían a Jesús…

Se esparcen en busca de alojamiento.